Sepulcro de Los Santos Martires Vicente, Sabina y Cristeta de Ávila
La Basílica de San Vicente
Según una antigua tradición, la
basílica ocupa el lugar en que, a principios del siglo IV, fueron
martirizados los hermanos Vicente, Sabina y Cristeta y donde poco después
se levantó la iglesia que guardó sus reliquias hasta el siglo XI.
En tiempos de Diocreciano, con Daciano
gobernador de Hispania; los cristianos sufrieron una cruel persecución.
En Evora (Talavera de la Reina) vivía Vicente, encarcelado para hacerle
renegar de su fe. Logró escapar con la ayuda de sus hermanas Sabina y
Cristeta. Fueron alcanzados en Ávila, y allí martirizados hasta
morir (el 27 de octubre del 307); sus cadáveres se abandonaron en un
cercano berrocal para pasto de la alimañas. Un rico judío que
estaba presenciando el suplicio se burlaba, siendo castigado por su actitud. Una
gran serpiente, surgida de los peñascos, se le enroscó hasta casi
asfixiarle; en este momento el judío se arrepintió. Profesando la
nueva fe, dio sepultura a los mártires y en dicho lugar elevó la
primera iglesia, donde según la tradición, él mismo fue
sepultado.
La basílica actual pertenece al románico,
se comienza a construir a finales del siglo XI, y se terminaría a
principios del XIV. En el siglo XV se construye el baldaquino del sepulcro y el
altar mayor del templo corresponde al XVIII, siendo barroco churigueresco.
Era una iglesia «juradera»;
donde acudían los litigantes con el juez para jurar sobre la verdad de
sus dichos, lo cual se hacia sobre los santos Evangelios que se encontraban
dentro del sepulcro. Fue abolido por los Reyes Católicos en la ley 67 de
las de Toro.
El Cenotafio de los mártires
Al entrar por el pórtico sur, a la
derecha y en el eje del crucero, bajo el arco toral de la Epístola, se
advierte una construcción de considerables dimensiones, coronado por un
tejado puntiagudo, que es en realidad el remate de un baldaquino del gótico
flamígero, de madera sobre zócalo y sustentado por cuatro fuertes
columnas con cubierta orientalizante. En el friso aparecen los escudos de
Castilla y León, del Papa, de la Catedral, del Obispo Martín de
Vilches y de varias casas nobles abulenses.
Su construcción data de la restauración
de las obras. Está constituido por un arca o urna de piedra, a la manera
de relicario.
El tipo de sepulcro adoptado bajo el baldaquino no es el habitual de sarcófago,
sino a modo de mesa rectangular sustentada por columnas. Éstas se agrupan
en los ángulos de cuatro en cuatro; siguen luego hacia los lados pareadas
y entre éstas queda otra impar. Los lados más cortos del cenotafio
no llevan más que una columna, sustituida en uno de ellos por una figura
de hombre que aparece como abrumado por el peso que carga sobre él. Los
fustes de las columnas se adornan con bolas, estrías elicoidales y
caprichosos entrelazados, y sus capiteles con hojas que quieren evocar las de
acanto, características del orden corintio. Sobre los capiteles arrancan
arquillos de tres lóbulos en los frentes y de cinco en los laterales, y
en los espacios libres se intercalan seis pequeños relieves con figuras
sentadas o en pie, leyendo o tocando el arpa. Sobre los capiteles de los ángulos,
los relieves llevan parejas de figuras bajo arcos de medio punto, que parecen
representar a los apóstoles, pues son doce.
La parte alta del sepulcro es como un cuerpo de edificio cubierto con tejado
a dos aguas cubierto de grandes escamas, cobija la narración de la
leyenda. En los dos frentes y en los costados largos, que forman como un friso
continuo, hallamos esculpidos una serie de relieves de excepcional valor. En los
testeros aparecen, en los pies del sepulcro, Cristo en Majestad, dentro de la
mandorla (concha), con el León (San Marcos) y el Toro (San Lucas), por
debajo y cerrando la enjuta, un rosetón perforado, esta composición
reposa sobre un atlante (columna en forma humana). En la cabecera del sarcófago
tenemos la adoración de los Magos bajo doselete gótico, destacando
la magnifica figura de la Virgen, completado con otras dos escenas alusivas al
viaje de los Magos y a la aparición del ángel, amonestándoles
para que no volvieran a Herodes. En los costados se disponen, entre torrecillas,
diez escenas en las que se narra el martirio de San Vicente y sus dos hermanas.
Historia del Martirio de los Santos
En el lienzo norte podemos ver al joven
Vicente ante el Presidente Daciano, quien le exhorta a abandonar su religión.
En el segundo es llevado a la fuerza a ofrecer
incienso ante la estatua de Júpiter, pero apenas pisa la piedra que se
halla delante del ara, las huellas de sus pies quedan impresas en ella.
Sigue la prisión del santo y la visita
de sus dos hermanas, quien con ruegos y lágrimas le persuaden a que huya
de la cárcel.
En las dos últimas escenas vemos a los
mártires entrar por la puerta de las murallas de Ávila, seguidos
de cerca por los soldados que en su persecución ha mandado Daciano.
En la primera del lado opuesto se alude al
momento en que los mártires son despojados de sus vestidos y conducidos
al martirio.
A continuación los santos son
suspendidos de sus cuellos en unas horquillas de madera e introducidas sus manos
y sus pies en los extremos de unos palos cruzados en forma de aspas, para
descoyuntarles los huesos.
Los cuerpos, lacerados y exangües, son
colocados luego entre dos maderos y sus cabezas bárbaramente machacadas,
mientras en la parte alta dos ángeles llevan sobre un lienzo las tres
almas hasta Dios, representado por una mano.
Sigue la representación de un judío
que, al intentar profanar los cuerpos de los mártires, se vio acometido
por una serpiente con fiereza tal, que, impresionado por el hecho, prometió
bautizarse y construir una basílica en honor de los tres santos.
Finalmente, un escultor que trabaja ya en los
sarcófagos.
Los bajorelieves
La vida y la animación que poseen esta
figuras es realmente extraordinaria. Fijémonos en la escena en que los
dos soldados desnudan con hosca brutalidad a los tres hermanos y los conducen al
martirio cogidos por los cabellos. Pese a todas sus imperfecciones, esas tres
figuritas desnudas cuentan entre las más bellas de la escultura medieval
española. En la siguiente la expresión de los rostros en los mártires
es de una serenidad impasible, en contraste con las figuras de los verdugos,
tensándose en un supremo esfuerzo por separar las aspas y destrozar así
los cuerpos. Constituyen igualmente un gran acierto la que se refiere al
magullamiento de las cabezas y, sobre todo, la última de ese lado en que
el escultor encorvado talla los sarcófagos dentro de un pórtico
del que se representan tres arcos.
En el lado opuesto posee también un
gran realismo la figura del soldado que se alza sobre el arzón para
recoger las riendas de un caballo que se halla detrás y entregárselas
al compañero que está recibiendo órdenes.
El relieve en todas estas figuras es admirable
por su profundidad y por la suavidad de su modelado, que no excluye los más
dramáticos acentos, y el plegado de los paños prescinde casi en
absoluto de convencionalismos, en un alarde de observación real.
El Pantocrator y la Adoración de los
Magos son también de gran valor, pero resultan mucho menos originales.
El sepulcro, en sus orígenes, estaba
dorado y policromado, como era costumbre en la época. Esta policromía
es todavía visible en las imbricaciones del tejadillo y quedan restos muy
dispersos de rojo, azul y dorado en algunas figuras. Para mantenerlo en las
debidas condiciones se renovaba el dorado periódicamente.
En el interior podemos apreciar una verja de
hierro, y en la parte exterior del mismo una valla baja de piedra, de cuyas
esquinas parten las columnas que sostienen el baldaquino.
Página en obras, perdona las molestias
Por Jesús Velayos